¿Qué tiene de malo vivir juntos sin estar casados?
Christopher Ash asumió en diciembre del 2004, la dirección del Centro de Entrenamiento Cornhill en Londres. Él es autor de Marriage: Sex in the Service of God [El matrimonio: el sexo al servicio de Dios] (Nottingham, UK: InterVarsity Press, 2003), que contiene discusiones ampliadas sobre los asuntos en este artículo; también de Out of the Storm: Questions and Consolations from the Book of Job [Fuera de la tormenta: Preguntas y consolaciones del libro de Job] (Nottingham, UK: InterVarsity Press, 2004).
“Entonces, ¿Podría mostrarme usted desde la Biblia por qué es incorrecto que yo viva junto a mi enamorada?”
Usted llega a saber que un joven Cristiano de su iglesia sin casarse está viviendo con su enamorada. Al enfrentar al joven sobre de esto, el responde con la pregunta anterior. Sin ser agresivo, aunque tal vez está un poco a la defensiva. Aunque en realidad parece querer saber la respuesta. Él no ha sido cristiano por mucho tiempo. Todos—o casi todos—en su grupo de amigos no cristianos están viviendo juntos, y en realidad no se le ha ocurrido a él seriamente que está mal, mucho menos que sea escandaloso. Así que, ¿Cómo debería proceder su pastor?
De hecho, no será suficiente mostrarle textos del Nuevo Testamento que prohíba la ‘fornicación’ (la mayoría de textos) o ‘inmoralidad sexual’ (NVI), ya que él puede muy razonablemente preguntar cómo sabemos que estos textos prohíben el vivir juntos publicamente siendo fieles aun sin casarse. En realidad estoy seguro que la palabra Griega porneia traducida como ‘fornicación’ o ‘inmoralidad sexual’ en general se refiere a una intimidad sexual fuera del matrimonio. Pero el demostrar esto no es un asunto trivial.
“Y después de todo”, nuestro joven podría decir, “estamos viviendo como hombre y mujer, y el certificado de matrimonio no es más que ‘un pedazo de papel’. Y en realidad no parece ser que haya nada convincente en la Biblia que haga que una ceremonia matrimonial sea esencial. Así que lo que estamos haciendo es moralmente responsable, y no es nada como la fornicación o la inmoralidad sexual. Yo no le estoy pagando a ella por sexo, como hace un hombre con una prostituta. No estamos quebrantando votos de matrimonio al tener una aventura amorosa. No nos estamos escapando en citas secretas de forma encubierta y vergonzante. Por el contrario, nos hemos abiertamente mudado a vivir juntos. Nos amamos, y somos fieles el uno con el otro. Así que, ¿qué hay de malo?”
Es importante para nosotros que somos pastores que consideremos nuestra respuesta, ya que las preguntas de este joven no son triviales. No decimos que él debería casarse porque somos conservadores sociales que preferimos las cosas como se hacían antes. No tenemos ningún texto Bíblico simple y convincente que citar. Yo mismo dudo que haya una respuesta que pueda ser condensada en algo simple. Pero quiero sugerir el camino por el cual nuestra respuesta debe ir. Veamos las siguientes pautas:
1. Jesús enseño clara y enérgicamente que la relación sexual del hombre y la mujer debía ser fiel y de por vida. No debemos separar lo que Dios ha unido (Mateo 19:6; Marcos 10:9). Cualquier relación sexual entre un hombre y una mujer que no está acompañada por una intención de fidelidad de por vida es, por definición, desagradable a Dios e inmoral. No es posible que una relación sexual sea moral e intencionalmente transitoria. (Es esencial a la definición del matrimonio que ambas partes se prometen fidelidad de por vida; el hecho que, lamentablemente, algunos matrimonios se quebrantan no cambia el hecho que el matrimonio siempre se cimentó sobre esta promesa). Así que hay dos clases de relaciones sexuales, aquellas que están cimentadas sobre la promesa de fidelidad de por vida, y aquellas que no.
2. Hay una gran diferencia entre una promesa pública y garantías privadas. Esta diferencia no es apreciada como debiera ser. En nuestra cultura privatizada e individualista creemos que hay poca o ninguna diferencia entre garantías privadas intercambiadas entre dos amantes en un sofá y promesas públicas hechas ante testigos (que es el matrimonio).
Pero, en realidad, hay una gran diferencia. Una garantía privada es, como todos lamentablemente lo sabemos, bastante fácil de romper. Después de todo, por último, es mi palabra contra la de él/ella en cuanto a qué exactamente fue dicho. Mi reputación sufre una pérdida mínima si quebranto una palabra privada. PERO cuando hago una promesa ante testigos, yo pongo toda mi integridad y reputación pública en la línea. Esto es lo que sucede en un matrimonio. Yo prometo públicamente que yo seré fiel solo a esta mujer hasta que la muerte nos separe. Todos saben que yo hice esta promesa, ya que los votos de matrimonio (aunque haya sido solo frente a pocos testigos) son ilimitadamente públicos. Cuando yo le digo a la gente que estoy casado, ellos saben lo que eso significa (por definición) yo he prometido públicamente ser fiel de por vida.
Esto significa que estoy de acuerdo con las enseñanzas de Jesús acerca del matrimonio y el divorcio. Al públicamente prometer fidelidad de por vida yo estoy de acuerdo que yo nunca debería ser quien rompa el matrimonio. Y si lo rompo (esto es, ser el que realmente causa la ruptura, no importa quien es el que técnicamente lleva a cabo el juicio legal del divorcio), todos sabrán que yo he quebrantado mi voto público. Y mi reputación e integridad sufrirán. Así que los riesgos son justamente altos en el matrimonio. Ya que los votos públicos enclavan mi integridad pública al mantenimiento de nuestro matrimonio.
Pero la cohabitación de aquellos que no están casados nunca tiene esta claridad de compromiso. Cualquier entendimiento privado al cual se pueda haber entrado (y estos varían enormemente), toda la relación está rodeada por una bruma pública de compromiso ambiguo. Cuando una mujer introduce a su ‘novio’ o ‘compañero’ (horrible palabra), nos quedamos a adivinar la naturaleza de su relación. Cuando una cohabitación se rompe, no sabemos que entendimientos privados o garantías se han quebrantado y por quien.
3. Además, en el matrimonio hay claridad pública de que los votos han sido hechos igualmente por el hombre y la esposa. Mientras que demasiado a menudo en las cohabitaciones hay una disparidad de expectativas. Típicamente (aunque no siempre) la mujer espera que la relación dure (y se persuade a sí misma de que su hombre se ha comprometido con ella) mientras que el hombre estima toda la cosa mucho más como una relación “veamos como va”.
4. A la pareja no casada por ende le podemos decir, “O su relación es un compromiso de por vida o es inmoral. Si no es inmoral, usted debe estar comprometido de por vida. En cuyo caso, usted debe estar dispuesto a levantarse y decirlo. Ya que, ¿qué razón habría para mantener su compromiso privado? Respuesta: ninguna. Por el contrario, si realmente se aman el uno al otro, ustedes cumplirán con el compromiso público, ya que este compromiso alinea los recursos ampliados de familias y de la sociedad tras el suyo, le mantiene a esto por nuestras expectativas de que usted será un hombre y una mujer de palabra. El compromiso público, por ende, respalda su relación y hace que sea más probable de durar (mucho más probable como indican las estadísticas). Y si usted no está dispuesto a comprometerse públicamente, la única razón posible es que usted no está realmente comprometido y que en realidad no se aman el uno al otro. En cuyo caso su relación es “inmoral”.
Esto suena un tanto duro, y necesitará ser dicho en el contexto de un pastor que ama y se preocupa; pero necesita ser dicho a cualquier pareja “cristiana” que realmente piensa que es moral el vivir juntos sin estar casados. Ya que aunque piensan que se aman, en realidad no se aman mucho—y ciertamente no lo suficientemente para hacer que el sexo sea moral.